Los seres humanos vivimos en sociedades que nos plantean retos cada vez mas complejos. Retos que se añaden a los propios de la vida biológica en la que estamos inmersos. Responder a estos retos es un desafío que el organismo resuelve con todos sus recursos. Por ello es necesario generar diferentes estrategias frente a las dificultades que se puedan plantear.
Frente a los problemas de la biología hemos desarrollado una serie de capacidades orgánicas que funcionan sin errores en la mayoría de los casos. Cuando esto no es así se presenta la enfermedad y ponemos en marcha recursos derivados de nuestra inteligencia: medicinas, remedios, dietas, cuidados, etc.
Para las dificultades de la mente y de la vida social, nuestro organismo ha construido pocas defensas de base. Más bien aprendemos por la experiencia y ésta no puede transmitirse por los genes de generación en generación. Así pues, es la práctica y nuestra capacidad de aprender lo que nos puede ayudar a responder cada vez mejor a los retos de esta complejidad que va más allá de la biología.
2 grupos de estrategias
A grandes rasgos, podríamos decir que hay dos grandes grupos de estrategias frente a estas dificultades:
- VOLUNTAD: Se trata de una serie de capacidades que nos ayudan a decidir un rumbo determinado. Nos permite proponernos objetivos, formas de conseguirlos y a comprometernos con un conjunto de acciones. Para ello apelamos a la fuerza de voluntad, a la disciplina, a entrenar repitiendo hasta conseguir la excelencia, etc.
- GESTIÓN EMOCIONAL: Estas son habilidades para percibir, reconocer, respetar y dirigir lo que sentimos. Se dice fácil, pero desarrollar este segundo aspecto se hace complicado a menudo. Las personas tenemos un aprendizaje muy desigual de estas habilidades y tampoco son muy estables. De modo que nos encontramos con errores en este campo durante toda la vida.
Es evidente que lo ideal sería contar con los dos grupos de recursos para solucionar los problemas que se nos presentan, pero también esto es muy variable. Hay personas que enfrentan lo emocional con gran habilidad pero tienen dificultades para poner en marcha su voluntad. Pero también ocurre lo contrario, personas que han entregado su voluntad de un modo férreo, pero desconocen lo que se mueve “por debajo”. En cualquiera de los dos casos la carencia de equilibrio acaba pasando factura…
¿Qué podemos hacer entonces frente a las dificultades?
Creer que a base de voluntad conseguiremos “domesticar” un cuerpo que tiene multitud de necesidades es muy ilusorio. El cuerpo no es un animal al que hay que adiestrar. Cuando nos pasamos de normas, de obligaciones y disciplinas, cuando la rigidez se instala, los aspectos emocionales acaban apareciendo de la forma más inesperada, disruptiva e injusta. Las personas estamos irritables, como una cuerda tensa, a punto de explotar por cualquier cosa… y esa cosa aparece. O también puede que algo nos falle, no podamos llegar a nuestro objetivo ideal o una fragilidad se manifieste (recordándonos que la fragilidad o el límite también existen en la vida, mal que nos pese).
Pero esto no es una invitación a dejar de ejercitar la voluntad. No se trata de ponerse excusas para todo y renegar de la capacidad de la disciplina para entrenar hábitos productivos. Si no tenemos buenos hábitos, probablemente habremos desarrollado otros que no nos sirven o que nos meten en líos. La voluntad es una fuerza poderosa a la que no conviene desechar. La palabra voluntad nos remite a la esfera del “querer”, es decir a aquello que considero bueno y adecuado, y que, por tanto, lo quiero.
Atención a renunciar a las emociones
Del mismo modo, renunciar a lo emocional es muy ingenuo. Puede que el mundo nos parezca distante, complejo, difícil, impreciso…, hay muchas palabras para ponernos excusas ante esto. Pero pensemos lo que pensemos, tenemos emociones, nos parezca bien o mal, sentimos cada minuto de nuestra vida, ¿no convendría entonces comprender este espacio vital? Y más aún, ¿no sería interesante respetar y dirigir estos impulsos de nuestra naturaleza que son las emociones?
Lo contrario es vivir de espaldas a lo evidente, hasta que explota. También puede que consigamos con ello sea no enterarnos. No saber cuándo estamos cansados, cuándo algo nos ha molestado, que algo impactante nos conmueve, entristece o atemoriza. Conseguimos apartar la ternura, evitar el cálido contacto con el amor o con la pérdida. Con esto tenemos una vida con una cierta anestesia emocional. Lo dicho, no enterarnos de nada de lo importante de la vida, quizás distraídos por otros temas o búsquedas mucho más banales.
Por ello, un buen trabajo interior, una de las estrategias básicas frente a las dificultades, se orienta al progreso o la integración de estos sutiles y potentes instrumentos. Aquí la Terapia Gestalt nos puede ayudar para poder desarrollarlo.
Foto por Kelly Sikkema en Unsplash